La fuerza del bilingüismo no está en el pasaporte, sino en la pedagogía

Por: Edward Ortega, Rector Gimnasio del Norte

En distintos espacios con familias y colegas suele aparecer una idea arraigada: que un programa bilingüe solo alcanza verdadera calidad cuando está lleno de docentes nativos. Es una percepción comprensible; durante años se asoció el acento extranjero con excelencia. Pero la experiencia diaria en nuestras aulas demuestra algo distinto y, diría, mucho más valioso: la fuerza del bilingüismo no está en la nacionalidad del docente, sino en la solidez de su pedagogía.

Lo veo todos los días. Docentes colombianos con certificaciones C1 o C2, con formación rigurosa y un compromiso extraordinario, guiando discusiones académicas, proyectos interdisciplinarios y clases de ciencias completamente en inglés. Los estudiantes participan, argumentan, escriben, investigan y se comunican con naturalidad. Nada de esto ocurre gracias a un pasaporte; ocurre gracias a profesionales que saben enseñar, que dominan el idioma y que entienden profundamente cómo acompañar a un niño en el proceso de adquirir una lengua.

A veces se imagina que la inmersión depende exclusivamente de tener un hablante nativo al frente. Sin embargo, la inmersión no es espontánea: es un diseño pedagógico intencional. Implica planear clases completamente en inglés, usar materiales auténticos, crear rutinas que normalicen el uso del idioma y, sobre todo, generar un ambiente emocionalmente seguro donde los estudiantes se atrevan a hablar sin miedo a equivocarse. Esa inmersión construida con delicadeza y consistencia es mucho más determinante que el origen del docente.

También he visto cómo la experiencia intercultural, haber estudiado o trabajado en el exterior, haber participado en proyectos globales, haber convivido con otras culturas, enriquece enormemente la enseñanza. Los maestros que traen estas vivencias ofrecen un contexto real del idioma: cómo se usa para resolver problemas, para colaborar, para comprender otras perspectivas. Esa mirada amplia abre puertas que ningún acento garantiza por sí solo.

Por eso, cuando pensamos en un programa bilingüe sólido, debemos concentrarnos en lo que realmente construye calidad: contar con docentes que dominen el idioma, que entiendan cómo aprenden los niños, que diseñen experiencias significativas y que sostengan un ecosistema donde el inglés se use para pensar y crear, no solo para traducir o repetir. En nuestro colegio trabajamos cada día para que esa visión sea una realidad palpable en el aula.

Nuestros estudiantes no necesitan parecer hablantes nativos; necesitan oportunidades auténticas para ampliar su mundo. Necesitan proyectos, conversaciones, lecturas y retos que les permitan usar la lengua como herramienta de pensamiento. Necesitan, en suma, docentes que sepan guiarlos con rigor, sensibilidad y profesionalismo.

El bilingüismo, más que un requisito o un prestigio importado, es un proyecto cultural. Es una forma de relacionarse con el mundo, de entenderlo y de participar en él. Y ese proyecto se construye desde el aula, con el trabajo cuidadoso de maestros preparados, dedicados y profundamente comprometidos con el crecimiento de sus estudiantes. La calidad no se mide en pasaportes; se mide en experiencias que transforman. Porque, al final, formar estudiantes bilingües no depende del origen del profesor, sino de la calidad de su pedagogía y del ecosistema que lo rodea. El bilingüismo es, ante todo, un proyecto cultural.